Ingeniería de Biosistemas. ¿Qué hay en un nombre?

Tradicionalmente, el ordenamiento académico ha ido de lo general a lo específico. De esa forma, se ha llegado a una gran gama de disciplinas a partir de unas pocas originales. Esta vez, sin embargo, en el proceso de cambio de nombre de nuestra Escuela de Ingeniería Agrícola a Ingeniería de Biosistemas, nos encontramos ante un fenómeno a la inversa, inductivo en vez de deductivo. Se trata de una evolución—mundial—que se inició cuando la relación entre los componentes de nuestro quehacer tradicional, la ingeniería aplicada a la agricultura, a sus productos y a su relación con el entorno, comenzó a cambiar y exigió adaptaciones que, con el paso de los años, crecieron, se diversificaron y llegaron a estar ya plasmadas en la composición de nuestro profesorado y en nuestros planes de estudio. Con ello, encontramos nuestras raíces y ahora es necesario reconocer una disciplina ingenieril madre.

Así, aunque quisiéramos decir que la ingeniería de biosistemas “nace de”, más bien corresponde decir que, aún de previo a existir y menos con ese nombre, “ha dado vida a” varias ramas ingenieriles vigentes y relevantes, las cuales, más allá que su similitud en la aplicación de métodos y enfoques ingenieriles a la bio-producción y el manejo del ambiente natural, sobre todo han ido evidenciando similitud en principios generales y objetivos, que por cierto han evolucionado conjuntamente. No es todo esto poca cosa y, sin embargo, no fue sino hasta fines del siglo pasado que se hizo evidente que esta gama de ingenierías convergen en y nacen de una misma ingeniería: la ingeniería de biosistemas. Asistido por la revolución informática y la globalización, y azuzado por el crecimiento poblacional, esto devino por consolidaciones tecnológicas que permitieron abandonar una “miopía productivista” y, sobre todo, por circunstancias externas que nos enlazaron indefectiblemente a la capacidad de carga planetaria—es decir, a cuántos seres humanos viviendo sustentablemente bien soporta el planeta (algo que, por lo demás, se redefine día con día, avance con avance, región por región). Para ello se debió ampliar el foco que enfatizaba la producción y los productos para incluir cada vez más las relaciones con el entorno. Por ejemplo, lo que antes era mayormente consideraciones financieras, como regar o no regar, o tirar al río los residuos de la producción en vez de procesarlos, ahora se ha vuelto parte inseparable de grandes temas ambientales y económicos.

Por ello, y de mayor interés para nosotros, las ingenierías para la producción y el manejo del entorno natural, abarcando productos y servicios ecosistémicos, hasta ahora la ingeniería agrícola, la acuícola y la forestal, en la medida que son ingeniería—punto medular que no puede olvidarse—son ingeniería de biosistemas. Todas ellas aplican la ingeniería, es decir, “aplican principios científicos y tecnológicos al diseño, desarrollo y manejo de estructuras, máquinas y procesos” en sistemas naturales o en los que lo natural y sus bio-productos o servicios son preponderantes, tratándolos, valga la redundancia, como un sistema, que existe en un ambiente y tiene límites y un proceso interno, así como entradas y salidas.

Visto de esa forma una finca es un biosistema. Un estanque con tilapias es un biosistema. Un biodigestor es un biosistema. Una cuenca es un biosistema. La lista es, realmente, interminable entre y dentro de cada nivel de organización en el que nos movemos, que son necesariamente aquellos relevantes para obtener sosteniblemente productos y servicios del entorno natural. Por eso, al menos en nuestro caso, el intento de definir un principio general ante tanta posibilidad de acción es factible, además de valioso e incluso necesario. Así, la ingeniería de biosistemas se aplica al mundo natural con una perspectiva de producción, de bio-productos y de servicios ecosistémicos, para manejar, mejorar, transformar o conservar, lo cual requiere entender funcionamientos complejos, cuantitativos.

En ese vasto esquema, la ingeniería de biosistemas representa un enfoque genérico, constituyéndose mayormente en una disciplina de investigación y de desarrollo e implementación de soluciones más generales, útiles para campos poco explorados que eventualmente se hacen más comunes, y también aplicables a una o más de las ramas que han nacido y nacerán de ella. Por otro lado, esas ramas representan enfoques más específicos, más limitados incluso, que pueden estar ya al nivel de “aplicaciones”, es decir, consolidadas como profesiones con un rico acervo que les permite ejercer, requiriendo investigación solo para crecer y resolver nuevos retos; o pueden no estar todavía consolidadas, requiriendo de muchos mayores grados de investigación y desarrollo tecnológico.

Entre las ramas que han avanzado lo suficiente como para considerarla “de aplicaciones” está la ingeniería agrícola, nuestra especialidad original que a través de muchos años de trabajo y experimentación ha consolidado un cuerpo de saber y hacer que permite ejercer en la mayoría de los casos sin necesidad de investigar cada paso—aunque por supuesto se beneficia de investigación. Este desarrollo es tal que, por ejemplo, en un artículo reciente (http://www.forbes.com/sites/alexknapp/2012/05/09/the-top-majors-for-the-class-of-2022/) la revista Forbes consideró a la ingeniería agrícola como la tercera carrera de mayor importancia para el futuro, en cuanto es necesaria para el manejo del agua y la producción de alimentos y otros productos para la vida, con los cada vez más indispensables y sofisticados grados de tecnificación ingenieril.

Entonces, las separaciones entre las diversas ramas son producto de la necesidad de especializarse porque, salvo que se quiera ser un investigador o un especialista en métodos aplicables a una gama de circunstancias (por ejemplo un analista de sistemas biocomplejos que aplica herramientas cuantitativas para la toma de decisiones), simplemente no nos alcanza la capacidad para ser un ingeniero bien preparado en todas las aplicaciones posibles. Por eso, teniendo como eje la ingeniería de biosistemas, reforzaremos la ingeniería agrícola como carrera necesaria para el país y avanzaremos en otras especialidades, igualmente necesarias. La especialización y, en sentido inverso, la desespecialización, podrán ocurrir en cursos electivos o en posgrado, como la maestría en ingeniería de biosistemas que pronto estaremos brindando. Por supuesto el ejercicio profesional es definitorio. Por ejemplo, un ingeniero agrícola podrá adquirir herramientas y conocimiento para aplicarlos en otras especialidades o un ingeniero de biosistemas podrá especializarse en el manejo del agua en la agricultura o en la acuacultura. Se trata, en realidad, de un continuo que estamos dimensionando y dotando de cohesividad y flexibilidad entre un todo y sus partes, para servir mejor. Eso, creemos, es lo que hay en este nombre.

Por: Ricardo Radulovich, Docente e Investigador, Escuela de Ingeniería de Biosistemas (ricardo.radulovich@ucr.ac.cr)